Se encontraba en esa edad
decisiva en la que una mujer empieza a lamentar el hecho de haberse mantenido
fiel a un marido al que al fin y al cabo nunca ha querido, y en la que el
purpúreo crepúsculo de su belleza le concede una última y apremiante elección entre
lo maternal y lo femenino. La vida, a la que hace tiempo parece que se le han
dado ya todas las respuestas, se convierte una vez más en pregunta, por última
vez tiembla la mágica aguja del deseo, oscilando entre la esperanza de una
experiencia erótica y la resignación definitiva. Una mujer tiene entonces que
decidir entre vivir su propio destino o el de sus hijos, entre comportarse como
una mujer o como una madre. Y el barón, perspicaz en esas cuestiones, creyó
notar en ella aquella peligrosa vacilación entre la pasión de vivir y el
sacrificio.
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